- por Tina Gardella para el Diario del Juicio
En su completa, minuciosa y sentida
declaración, Raquel Zurita dio cuenta de cómo y por qué las marcas del
terrorismo de estado se difuminaron por toda la sociedad.
Desplegado en su
regazo el pañuelo de Madres de Plaza de
Mayo que era de su madre, atestiguó el viernes 9 en relación al secuestro y
desaparición de sus hermanos Juan y María Rosa. Pero no fueron estos hechos
traumáticos lo que centraron su exposición. Sino el derrotero por el que
transitaron, con su madre a la cabeza, para saber de la suerte de sus hermanos.
En ese derrotero
fueron palpando no sólo la crueldad de las respuestas que recibían (“a Juan lo
fusilaron en la Escuelita de Famaillá y le cortaron una mano” o el típico “no
los busquen más que están muertos”), sino también las consecuencias que tenía
toda búsqueda sobre la suerte de los seres queridos.
Por un lado, las
consecuencias tremendas de poder sufrir el escarmiento por atreverse a
preguntar, a indagar, a no cansarse de ir a la Jefatura, a pedir datos a un
supuesto informante de la Side, al cementerio…
Por otro, las
consecuencias de asistir a la configuración de una sociedad que veía, escuchaba
y también temblaba y se aterrorizaba por la convivencia con el espanto
cotidiano.
Para las primeras
tuvieron respuesta: se fueron a Buenos Aires y con lamento, Raquel recordó que
su madre no pudo volver más a Tucumán. Una forma de exilio interno obligó a
familiares a dejar su casa, su ciudad, sus vínculos…La posibilidad de irse o la
voluntad de quedarse, no eran decisiones individuales porque tuvo el
denominador común de la situación de impunidad total que conmovía a la sociedad
tucumana.
En cambio para las
otras consecuencias, se entra en un terreno complejo donde no se puede
generalizar porque aún se están tramitando las marcas de eso que se vio, se
escuchó y por las cuales se tembló y se aterrorizó. Marcas de quienes vieron y
escucharon, la de saberse testigo de algo que ocurrió, pero que sin embargo se
reniega de su existencia.
La pregunta de
Raquel, a más de 40 años, interpela a la
sociedad tucumana: “¿Nadie vio, a las 10 de la mañana, como mi hermana era
sacada del kiosco de revistas, a trompadas y patadas, y ya en el suelo,
arrastrada de los pelos hasta el auto? Había negocios con gente en la zona de
Av. Mitre…”
Los juicios son la
posibilidad de salir de ese lugar oscuro de ser partícipes involuntarios del
ocultamiento de los crímenes de estado. No sólo atestiguando. También
apoyándolos valorándolos, como el trabajo colectivo de reconstitución emocional
del sujeto para hacer posible la emergencia de ese sujeto político que tanta
falta nos hace construir.
Comentarios